Ayer y mañana confluyen en los vinos del futuro, con una filosofía enológica que recoge variedades recuperadas o prácticas milenarias para crear nuevos productos con hondas raíces.
Variedades de uva que fueron rescatadas en viñedos residuales poco antes de que se extinguieran para siempre, métodos de crianza que se remontan a los tiempos de los romanos, puesta en valor de terruños olvidados… Lo más vanguardista en el mundo del vino pasa a veces, hoy en día, por volver la vista atrás y algunos pequeñísimos productores —unos cientos de botellas en ocasiones— definen un estilo propio a partir de rasgos como esos y de su manera de interpretarlos para crear los vinos del futuro. Olivier Rivière y Grégory Pérez son dos de ellos.
La garnacha blanca no es tan rara en Rioja, pero sí un varietal con una crianza de 18 meses como la del magnífico Trotamundos, cuya primera cosecha, la de 2015, acaba de salir al mercado. Otro blanco de Olivier Rivière es Mirando al Sur 2015 —su cuarta cosecha—, un viura con la increíble complejidad que le da un año en botas de manzanilla o amontillado. También Grégory Pérez las usa en su nuevo Mengoba Las Botas 2015. Y su Mengoba Las Tinajas —la de 2015 es su segunda cosecha— está elaborado y criado en arcilla.
En cuanto a tintos, igualmente pasa por tinajas el 50% del Estaladiña 2015: un evocador recuerdo de botijo en nariz y un espectacular paso por boca. Lleva el nombre de una variedad residual en el Bierzo —la trousseau del Jura— que parece una godello tinta. En La Vigne de Sancho Martín 2014, Grégory Pérez le da a la mencía —tinta característica de esa DO— un toque de la blanca godello que compensa su falta de acidez y otro de garnacha tintorera, conocida allí como Alicante. Con un coupage similar, el Mengoba se elabora desde 2007: ahora es más borgoñón y menos bordelés. Por su parte, Olivier Rivière hace en Rioja y con tempranillo —apenas un 5% de graciano y mazuelo— el Losares, top de su gama. Pero es fan de la DO Arlanza, a medio camino entre la Rioja y la Ribera del Duero, a unos mil metros sobre el mar. Allí elabora el Viñas del Cadastro 2014, un tempranillo —con un 5% de garnacha— potente, longevo y gastronómico donde los haya.
Los vinos del futuro no son algo con lo que uno se tropiece hoy habitualmente, pero se pueden encontrar en Internet —entre 15 o 20 euros y algo más de 100— y en restaurantes como Casa Julio, en la Playa de San Juan (Alicante). Allí asistimos recientemente a una cata con todos estos vinos y con dos ribeiros blancos de Bodegas El Paraguas: el exclusivo Fai un Sol de Carallo 2015 —treixadura con un toque de godello y albariño— y su hermano pequeño, La Sombrilla 2015, con menos madera y un coupage similar.
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