Viña Vilano, en el epicentro vitivinícola de la Ribera del Duero, sabe hacer tintos clásicos y modernos, de media crianza y de alta expresión, pero también un blanc en noir de tempranillo que revoluciona la tradición de los claretes de la región.
Las cooperativas, afortunadamente, ya no son lo que eran. Fueron un bendito invento que, en tiempos de la tecnocracia franquista, le dio un aire “empresarial” al sector vitivinícola y, en general, se han ido actualizando en pos de la calidad. Por ejemplo, la de Pedrosa de Duero, fundada en 1957. Estaba —está— en el cogollo de la Ribera cuando, a principios de los 80, se creó una DO que suena a Valladolid, pero produce sus uvas más nobles y abundantes en la provincia de Burgos. Algunos antiguos miembros se independizaron para crear bodegas como Viña Pedrosa o Carmelo Rodero. Pago de los Capellanes forma parte del mismo terroir.
Sus 84 socios reúnen más de 300 hectáreas, cosechan 2 millones y medio de kilos de uva al año y son el decimoctavo productor en una DO con trescientas bodegas inscritas. Tienen cepas plantadas en 1905, en 1915 o en 1920, incluyendo las que le dan su nombre comercial: Viña Vilano es todo un ejemplo de puesta al día. A finales del siglo pasado, Desiderio Sastre —antiguo ejecutivo de Codorníu que dirigió la propia DO Ribera del Duero— acometió su modernización y en 2015 fichó a José Carlos Álvarez, enólogo de los Malleolus de Emilio Moro o de sus Cepa 21.
La primera revolución llegó con el Black Edition, un media crianza por encima del Roble que, en la más pura línea ribereña, integra el grueso de la producción de Viña Vilano. Tiene 8 meses de barrica —francesa— frente a los 3 de este y un estilo propio: notas de café con leche frente a las avainilladas del roble americano que predominan en los de su especie. La segunda gran novedad de Viña Vilano ha nacido con la primavera. El Think Pink es un rosado de lo más pálido y trendy —casi un blanc en noir de tempranillo—, decididamente chillout y sin prejuicios, incluso en una propuesta de perfect serve que lleva un caramelo de violeta sumergido en la copa para realzar su lado divertido sin menoscabo de una enorme calidad. El talento de Álvarez no está reñido con cierto espíritu heterodoxo. No se corta de hacer apología del rosado —el clarete está en el ADN de Ribera del Duero— ni, incluso, de echarle hielo.
Pero el gran salto adelante de Viña Vilano hacia la excelencia está por llegar. En Navidad saldrá Vilano 2015, su primer vino con algo más que tempranillo —10% de cabernet, 5 de merlot— y un espíritu muy cosmopolita. Y para el año que viene esperan tener listo el que se convertirá en el top de la bodega —ahora es el Terra Incógnita— desde la parcela más vieja del Pago del Vilano. Aún no tiene nombre, pero está llamado a codearse con lo más ilustre de la Ribera del Duero.
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