Grandes Pagos de España: apegados al terreno

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Grandes Pagos de España es una asociación privada, sin ánimo de lucro, creada para poner en valor los vinos más apegados al terreno. Una cata celebrada en Bodegas Mendoza (L’Alfàs del Pi) nos aproximó a su filosofía, con el enólogo de la casa, Pepe Mendoza, y el presidente de la entidad, Toni Sarrión, de Bodega Mustiguillo.

Un “vino de pago” no es lo contrario de uno que lo regalan, no señor. La expresión procede de un término castellano referido a lo que en francés y en enófilo viene a ser un terroir: más o menos, una finca. Comenzó a implantarse a finales del siglo pasado, cuando el Marqués de Griñón y otros cuatro bodegueros fundaron Grandes Pagos de Castilla, y se consolidó en toda España con la normativa que fue regulando el vino de pago entre 2007 y 2010. En 2004, Grandes Pagos de Castilla se había transformado en Grandes Pagos de España con la incorporación de siete bodegas: entre ellas, Enrique Mendoza, de L’Alfàs del Pi, y Mustiguillo, de Utiel, cuyo artífice, Toni Sarrión, es el actual presidente.

Ahora, Grandes Pagos de España agrupa a 29 bodegas de casi todo el estado o, más bien, a sus vinos más auténticos, sometidos al riguroso examen anual de un comité de expertos completamente externo. Se trata de una asociación privada —sin ánimo de lucro— anterior a la propia normativa legal y se da el caso de vinos de pago “con papeles” que no pertenecen a Grandes Pagos de España, tanto como el de otros, reconocidos por la entidad, que no lo son en estricto sentido legal. Entre otras cosas, la legislación que regula los vinos de pago es estatal, pero deja a las comunidades autónomas la potestad de aplicarla o no, y Rioja, Cataluña o Castilla y León no lo hacen.

Entre los socios de Grandes Pagos de España hay bodegas como Numanthia, Belondrade, Mauro, Abadía Retuerta, J Chivite, Gramona, Can Ràfols dels Caus, Manuel Manzaneque o Valdespino, siempre con sus propuestas más apegadas al terreno. Cuatro de ellas se consideran artesanas —elaboran menos de 4 mil botellas— y catorce, pequeñas: menos de 200 mil. En total suman 1881 hectáreas de viñedo —equivalentes a la extensión de Priorat o Ribeira Sacra— dedicado en su mayoría a variedades autóctonas: tempranillo, garnacha, cariñena, bobal o monastrell entre las tintas y viura, verdejo, albariño, parellada, xarel·lo o moscatel entre las blancas. Sus vinos cuestan entre 8 y 250 euros, con una media en torno a los 20.

Toni Sarrión y Pepe Mendoza ofrecieron en la bodega de este una cata de Grandes Pagos de España con vinos como el Monte Alto de Fillaboa —un albariño muy mineral—, el 3 Miradas de Alvear —un producto artesano de una gran bodega—, el Arínzano blanco —un opulento chardonnay—, el Finca Calvestra —el renacer de la merseguera con Mustiguillo— o los tintos Aalto y San Román, entre otros. De paso, les seguimos la pista a algunas joyas de Mendoza. Cuando nació el Santa Rosa 1996 pensamos que estábamos ante algo grande y, dos décadas después, resulta que no: es colosal.

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