“Comer animales casi siempre es un lujo”, como dice el escritor argentino Martín Caparrós. La inmensa mayoría de los que no comen carne —incluidos 500 millones de indios que pueden esgrimir razones religiosas— no tienen, en realidad, otra alternativa. Si la alimentación de toda la humanidad fuera como la de los norteamericanos, la cosecha mundial de cereales sólo podría darle de comer a poco más de la tercera parte.
“En la India suponen que eligieron ser vegetarianos”, dice Martín Caparrós en un libro imprescindible: El Hambre. “Son los milagros de las ideologías”. Dos de cada cinco indios —casi 500 millones— no comen carne y creen que lo hacen por evitar la violencia contra otras criaturas —para no acumular mal karma— o porque los vegetales son más saludables. Pero lo cierto es que comer animales casi siempre es un lujo y la India, una de las diez primeras economías del planeta, es también uno de los países que más hambrientos acumula. El que más, China, será pronto la primera potencia mundial y su evolución refleja perfectamente lo que dice Caparrós: en los años 80, los chinos consumían 14 kilos de carne por persona al año y ahora, 55. Aunque la mayoría de los humanos no tienen más remedio que prescindir de comer animales —se alimentan exclusivamente de cereales y no tanto como les convendría—, el consumo mundial de carne se ha multiplicado por 6 en poco más de medio siglo.
No hay más que volver la vista atrás —un par de generaciones como mucho— para observar el proceso en nosotros mismos: históricamente, el consumo de carne es un inapelable indicador del nivel de vida de una sociedad. A la hora de invertir la tendencia, afloran argumentos pacifistas o dietéticos como los de los indios, pero hay otras consideraciones que resultan abrumadoras. La ganadería ocupa el 80% del suelo agrícola del planeta y consume el 40% de la producción de cereales o el 10% del agua. No tenemos datos sobre el pescado de granja, que apunta en el mismo sentido, pero el caso es que se necesita 4 calorías vegetales para producir 1 de pollo, 6 para 1 de cerdo y 10 para 1 de vaca o cordero. Cuando uno opta por comer animales, está consumiendo unos recursos que, repartidos, alcanzarían para alimentar a cinco o diez personas.
El pionero ecologista Lester Brown dice que “si todos comiéramos como los americanos, que se tragan entre 800 y mil kilos de grano al año por persona —sobre todo, a través de las carnes que esos granos produjeron—, la cosecha mundial de cereales podría alimentar a 2.500 millones de personas y si siguiéramos el régimen vegetariano de los indios daría para 10.000 millones”. La primera opción se queda corta y la segunda va sobrada, teniendo en cuenta que somos unos 7.000 millones de humanos. ¿Debemos pensar en eso cuando nos recuerdan que 25 mil de ellos mueren de hambre cada día? Seguramente, llegaríamos a la misma conclusión que Caparrós: “El único remate posible sería proclamar mi decisión inapelable de no comerme nunca más un bife. Lo contrario —lo que estoy haciendo— es mostrar mi incoherencia supina”.
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