Cocineros y camareros encarnan una peculiar versión de la lucha de clases a los ojos de dos intelectuales izquierdistas como Sartre y Orwell. Hace menos de medio siglo, los camareros tenían el privilegio de cruzar a sus anchas la puerta que separa la pompa de los salones y el infierno de los fogones, y miraban por encima del hombro a los que nunca salían de allí. Los cocineros se han vengado convirtiéndose ellos mismos en gente importante.
Jean-Paul Sartre y George Orwell son dos de los más grandes intelectuales del siglo XX. Tienen en común una filiación izquierdista que ejercieron de maneras distintas. Y poca cosa más, salvo una compartida fobia a los camareros que, a primera vista, resulta chocante. Frente a su respeto por el trabajo de los cocineros, los camareros les producían, tanto a Sartre como a Orwell, una indisimulada aversión. Pero esa forma diferente de ver a cocineros y camareros no es caprichosa: no depende de lo bien o lo mal que le hayan tratado a uno. Tiene un sentido colectivo y profundo. De alguna manera, Sartre y Orwell veían en los camareros la prueba de una traidora perversión pequeñoburguesa que iba calando en el proletariado a toda velocidad.
Estamos a mediados del siglo pasado. Cocineros y camareros juegan roles bien diferenciados, porque, mientras unos sudan la gota gorda en un rincón inhóspito, los otros se codean en la sala con los ricos y poderosos. Son más serviles cuanto más ilustre es el personaje con el que tratan y menosprecian a quien no da la talla. En cuanto cruzan la puerta impenetrable que separa el salón alfombrado y el infierno de los fogones —ese es su gran privilegio, el de poder transitar entre dos mundos tan distintos—, miran por encima del hombro a los que nunca salen de allí. Pero lo peor, para Sartre y Orwell, es que los camareros, con esa actitud, no aspiran a desbancar a los burgueses mediante la lucha de clases, sino a asimilarse a ellos. Los cocineros, en cambio, asumen su papel de proletarios con un trabajo sacrificado y anónimo sin el que ni siquiera habría restaurantes.
Si Sartre y Orwell levantaran la cabeza no darían crédito: ¿Qué nos hemos perdido para que la situación sea ahora tan diferente entre cocineros y camareros? Aquellos les han ganado la partida a estos y no ha sido únicamente poniéndose a alternar también ellos con la gente importante que hay al otro lado de aquella puerta, antes infranqueable. La novedad tiene un profundo valor simbólico: el cocinero departiendo con unos comensales con los que ni siquiera se muestra servil. Es posible, incluso, que los clientes hayan ido al restaurante, sobre todo, a hacerse un selfie con el chef. Los cocineros se han vengado con creces de los camareros y no sólo han accedido ellos también a la gente importante del comedor: se las han arreglado para convertirse ellos mismos en gente importante. La lucha de tribus ha resultado contar más de lo que pensaban Sartre, Orwell y todos los demás.
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