Con estos cinco blancos del Mediterráneo, queremos seguir disfrutando del buen tiempo, de los ratos de ocio y de la gastronomía estival. Porque hasta san Miguel —tal día como hoy— es verano a orillas de nuestro mar.
Waltraud es el nombre de la madre de la actual generación de la Familia Torres —la quinta— y el de uno de los vinos más emblemáticos de esa mítica saga, con profundas raíces en El Penedès e implantada también en Chile o California, además de varias DDOO de España. Hace cuarenta años aclimataron la riesling en las zonas más altas de la comarca —a más de 500 metros sobre el mar, donde las bajas temperaturas resultan apropiadas para esta cepa germánica— y en 1977 lanzaron el primer Waltraud. El de 2018 se vio marcado por una climatología de temperaturas suaves y más lluviosa de lo habitual, lo que obligó a la bodega a estar muy pendiente del viñedo y a seleccionar meticulosamente la uva. Al final, mantiene la calidad habitual de la marca y su perfil aromático y exótico, sedoso y fresco, con una singular personalidad entre los blancos del Mediterráneo. Unos 18 €.
Con las cepas que no alcanzan la edad suficiente como para que sus uvas formen parte del Milmanda —uno de los vinos más ilustres de la Familia Torres, procedente de un viñedo cercano al Monasterio de Poblet que esa saga catalana y universal compró a mediados de los 70 en la Conca de Barberà— se elabora Sons de Prades, un chardonnay eminentemente fresco y con un toque de barrica en homenaje a los “sonidos” de la vecina sierra que lleva ese nombre: “El repique de campanas lejanas, los cánticos de antiguos monasterios, el cuerno de caza real, el murmullo de los vendimiadores…” Al margen de las evocaciones fabulosas o monacales de su legado, los fragantes aromas de flores y frutas de Sons de Prades 2017 y su cálida sobriedad en boca se avienen con el espíritu de los blancos del Mediterráneo. Un 30% del vino fermenta y envejece, durante seis meses, en barricas nuevas de roble francés. Unos 26 €.
El Bages, con capital en Manresa, fue en tiempos la comarca catalana con más superficie de viñedo. Su profunda tradición vitivinícola —incluso hay quien relaciona su nombre con el del dios Baco— la mantienen viva un puñado de pequeñas bodegas en torno a la DO Pla de Bages, cuyos singulares viñedos, en terrazas rodeadas de bosques, conservan variedades autóctonas como la picapoll. Abadal —una empresa familiar fundada en 1983— inició su recuperación, cuando estaba prácticamente extinguida, a partir de viejas viñas que se habían mantenido en pie. Abadal Picapoll fue el primer varietal que se elaboró con esa cepa. En el de 2018 destacan unas peculiares notas anisadas y balsámicas que aportan complejidad y frescor a los característicos aromas frutales —albaricoque, melocotón, cítricos— de uno de los blancos del Mediterráneo más sutilmente continentales: los Pirineos andan cerca… Unos 13 €.
La merseguera viene a ser el equivalente blanco de la tinta monastrell, en cuanto a su implantación geográfica —Vinalopó, Jumilla, Els Alforins— y a un proceso de puesta en valor mucho más reciente. La gastronomía marinera y veraniega del Mediterráneo reclama buenos blancos y una de las mejores opciones no pasa sino por las cepas de siempre, elaboradas con cariño y rigor. En ello está Can Leandro, de una familia de Ontinyent —DO Valencia— vinculada a la producción de graneles, que se adentra por ese camino desde hace unos años con la recuperación de parcelas únicas de merseguera —también, de variedades como la tinta bonicaire— y unas elaboraciones que, entre otras cosas, desmienten su supuesta ineptitud para envejecer. Pampolut 2017 fermenta en barricas de roble francés y permanece en ellas durante cuatro meses para afinar sus aromas frutales o herbáceos y desarrollar una impecable presencia en la boca. Unos 12 €.
Con la segunda generación tomando las riendas de la bodega, fundada en 2003 por la familia López Peidro en la comarca de Utiel-Requena, Chozas Carrascal conjuga la tradición de una finca dedicada anteriormente a la vid y el carácter innovador de un proyecto reciente, que confluyen en una DO propia como vino de pago. Su único blanco es Las Tres, en el que convergen el carácter continental y el mediterráneo por medio de factores como la altitud del viñedo —más de 750 metros—, su proximidad al mar —60 kilómetros— o las variedades que intervienen en el coupage: chardonnay, sauvignon blanc y macabeo. La última cosecha tiene la singularidad de una añada atípica, marcada por una climatología extraordinariamente fresca y lluviosa. Las Tres 2018 se sometió a una crianza excepcionalmente moderada —seis meses en barricas usadas de roble francés— que aporta estructura y notas tostadas o de especias preservando la elegancia floral y la excelente acidez de un vino con capacidad para evolucionar. Unos 16 €.