Cava o champagne, he aquí el dilema. Procedencias, variedades y precios aparte, que sea brut nature o brut es lo que determina la percepción que un consumidor sin prejuicios tiene de un espumoso.
Decididamente, la dicotomía “ cava o champagne ” no es comparable a otras extrañas parejas omnipresentes en el día a día del vino: Rioja o Ribera, verdejo o albariño… A la hora de elegir un espumoso, hay condicionantes como que uno es español y el otro, francés —sin contar con que entre los “españoles” los hay catalanes y no catalanes— o que un champagne normalito viene a costar más o menos lo mismo que un buen cava. Luego, si alguien quiere entrar en materia más a fondo, puede hablarnos de diferencias relacionadas con las variedades de uva —aunque las francesas están ampliamente admitidas e incorporadas en la elaboración de cava— o con el clima, pero, seguramente, no es eso lo que más influye en las preferencias de quien no sea un especialista.
¿Qué es lo que hace realmente diferentes al cava y el champagne en la percepción de un consumidor “normal” y sin prejuicios? También usted conocerá a alguien que proclama abiertamente que no le gusta el cava y sabrá lo que pasa en esos casos: le dejan a mano una botellita de champagne y no deja ni las burbujas. “¡Es que esto es otra cosa!”. Entonces le damos vueltas a que si la chardonnay y la macabeo o a que si los españoles y los franceses. Todo, menos reparar en que, a diferencia de los cavas, la inmensa mayoría de los champagnes con que podemos tropezarnos no son ni “extra brut” ni “brut nature” —ni secos ni muy secos—, sino, casi siempre, brut: dulcecitos, con hasta 33 gramos de azúcar por litro frente a los 6 de los otros. Por eso y por nada más, los champagnes, en general, nos resultan más amables, más suaves y más fáciles de beber que los cavas.
Cuando el saber vinícola irrumpió súbitamente en nuestras vidas —cuando se vulgarizó— trajo consigo topicazos como el de que el buen cava —la cosa no afectó al champagne— tenía que ser brut nature y ahora no hay quien se quite eso de encima. Lo que hay que plantearse sin complejos a la hora de elegir un espumoso no es “ cava o champagne ”, sino “ brut nature o brut ”: seco-sequísimo o no tanto. Un toque dulzón atenúa las notas ácidas y amargas, no impide que un buen espumoso siga siendo la mejor opción para acompañar un menú festivo de cabo a rabo —desde el cóctel de marisco hasta el turrón, pasando por el asado— y hace que valga para seguir brindando hasta altas horas. Y no, no es cierto que dé dolor de cabeza: pregúntele al que descubrió que aquello era otra cosa y se bebió la botella. Puestos a superar prejuicios, tómelo tan frío como le apetezca, digan lo que digan el sumiller y esa tabla de temperaturas reglamentarias para cada vino que encontró en Internet.
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