Vino y burbujas resumen esta propuesta de cuatro tragos particularmente veraniegos, desde los Sandara espumosos de baja graduación hasta el rosado más moderno de Chivite, pasando por la nueva Schweppes Matcha o los recientes formatos de El Gaitero.
Los Sandara de Bodegas Vicente Gandía —vino y burbujas, blanco, rosado y tinto, además de sus versiones “mojito» y sangría, con un alegre toque efervescente, una amable suavidad, entre 5 y 8 grados de alcohol— están entre los mejores ejemplos de aproximación del vino a los nuevos consumidores: a los países que descubren nuestra bebida ancestral —con China a la cabeza, por unos hábitos sin prejuicios en ese sentido y por una gastronomía que se aviene con la línea Sandara tanto como el tapeo o el consumo a deshoras— y a los jóvenes que, por distintos motivos, la habían ido dejando de lado entre nosotros.
¿Tragos veraniegos? El gintónic. Al boom de las ginebras le siguió el de las tónicas y el líder reaccionó con su gama Schweppes premium a base de referencias exóticas y cosmopolitas: lima y la India, pimienta rosa y Río de Janeiro, hibiscus y Hawái, jengibre y Jamaica… Ahora incorpora la nueva Schweppes Matcha con el sabor trendy del té verde que evoca la calma, la tradición y el refinamiento de la milenaria ceremonia japonesa del té al ritual contemporáneo del gintónic. Las notas de clorofila del té verde se avienen especialmente con las ginebras cítricas y las redondea un twist de limón con hojas de menta o uno de pomelo con lima kafir.
Sidra El Gaitero se reivindica como alternativa al mismísimo gintónic y también a la cerveza o al vino. Con cubitos y una rodaja de manzana se convierte en copa, con menos alcohol y todo el poder refrescante. También es un buen acompañante para platos veraniegos en los que aparezcan el vinagre, el tomate o las verduras y para especialidades exóticas picantes o condimentadas. Sus nuevos formatos —el tercio, en botellín o en lata, también sin alcohol— facilitan su transporte y consumo.
Vino y burbujas o vino solo: siempre nos quedará un buen rosado. Chivite ha sido líder durante siete lustros en cuanto al estilo de siempre, navarro, por más señas. Tres cosechas atrás se incorporó a la tendencia de la palidez provenzal con el Chivite Las Fincas —garnacha y tempranillo, VT Tres Riberas, unos 10 euros— y se puso también a la cabeza. El de 2016 persevera en esa línea con un seductor color rosa, un elegante aroma de frutas y flores, un amable y sabroso equilibrio. Va muy bien para acompañar a la cocina veraniega —ensaladas, arroces, pastas, pescados, mariscos, incluso barbacoas— pero también para refrescarse en la tumbona o escuchar música a la luz de la luna.
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