¿ Te gusta comer … solo ? A la gente, los que por un motivo u otro tenemos que hacerlo le damos pena. Y no sólo a la señora mayor que nos observa en el restaurante y a quien nuestra soledad parece traerle a la memoria todos los avatares de su propia existencia. También la criatura de la mesa de al lado se queda absorta mirándonos con cara de echarse a llorar en cualquier momento.
Algo hay en la condición humana que le lleva a considerar la soledad alimentaria como la peor de las soledades, más insoportable cuanto más señalada es la comida. La cena de Nochebuena, por ejemplo. ¿Quién demonios va a querer cenar solo en Nochebuena? Pero también es muy humana la tendencia a pensar desde lo más íntimo que las desgracias del prójimo deben ser un castigo providencial por alguna culpa inconfesable. Con crueldad impropia de un filósofo, José Luis López Aranguren nos negaba a los que comemos solos hasta la condición de humanos, cuando decía que “comer sin vino [de acuerdo hasta aquí, quizás], como comer solo, es satisfacción de una necesidad biológica y no un acto cultural, es decir, verdaderamente humano”.
Qué se le va a hacer. Algo haría el viejo Aranguren para que Dios le castigara metiéndole en la cabeza semejante ocurrencia. El verdadero hecho cultural de una comida gastronómica no radica sino en el proceso de comunicación que se establece entre el cocinero y el comensal, que se materializa en el plato-mensaje y que se ve perturbado cuando en la mesa se está más pendiente de la conversación que de la comida: lo que en teoría de la comunicación se denomina “ruido”. El caso es que la cita aparecía precisamente en la carta de un restaurante de los que toca visitar sin compañía. En señal de protesta, con un gesto de los que se meten en una botella y se echan al mar como el mensaje de un náufrago, nos bebimos hasta el agua del florero: de todo, menos vino. Que se jodan los filósofos.
También hay almas caritativas. Una vez, en una modesta casa de comidas, el patrón nos obsequió con el mejor antídoto contra la soledad que tenía a mano: el último número de la revista de tuning que compraba su nieto y que leímos con emoción, de cabo a rabo, por pura gratitud. Pero, en general, en los restaurantes no quieren importunar a los solitarios mientras cumplen su merecida penitencia: tras hacernos saber que los arroces o el menú sólo se sirven a personas acompañadas, el camarero ya no vuelve a recordarnos nuestra penosa condición. Sólo en ocasiones se ensañan directamente. En una de ellas, fuimos a un restaurante casi vacío, incluso las mesas situadas junto al espléndido ventanal sobre el paseo marítimo. “El señor viene solo”, anunció la camarera a la maitre. “A la 12”, sentenció ésta. La 12 era del tamaño de un pupitre de guardería y estaba escondida en un rincón de cara a la pared. Faltó que nos pusieran orejones.
Por supuesto que el que come solo no suele hacerlo porque quiere: es que no tiene más remedio. Pero tampoco crean que es tan grave, al menos para el friki de la comida. Cuando come solo, pone sus cinco sentidos en el plato y eso no representa para él ningún sacrificio. Casi casi, lo contrario. Como en el anuncio del que le gusta conducir: nadie que le dé conversación, nadie que le estropee ese momento. ¿ Te gusta comer ? Los que creen que lo más importante de la comida es la compañía pueden darse el lujazo de comprarse unas porciones de pizza y comérselas sentados en la acera junto a su acompañante favorito. Ninguna objeción por nuestra parte. Pero, seguramente, cuando hablamos de “comer”, no estamos refiriéndonos exactamente a lo mismo. ¿ De verdad te gusta comer ?
Gustar o no gustar:
. Pongamos que me gusta la Coca-Cola
. Comer algas, pescado crudo y otros “alimentos”