Los huevos Benedictine son el plato estrella de cualquier brunch y un almuerzo presuntamente eficaz contra la resaca. Hay distintas versiones sobre su origen, aunque parece unánimemente aceptado que nacieron en Nueva York. La versión más difundida es la que publicó la revista The New Yorker en 1942: un bróker retirado, llamado Lemuel Benedict, llegó al restaurante del hotel Waldorf una mañana de resaca de 1894 y pidió una tostada con mantequilla, huevos pochados, bacon crujiente y salsa holandesa. Pero, ese mismo año, el cocinero del también neoyorkino Delmonico’s, Charles Ranhofer, ya publicó su receta de los “eggs à a Benedick”. Una tercera versión la difundió The New York Times en 1967 y alude a una carta escrita por un tal Edward P Montgomery, en la que incluía una receta para preparar unos “eggs Benedict” y aludía al comodoro Elías Cornelius Benedict, amigo de la familia, que la habría creado muchos años atrás, antes de que pasara de generación en generación.
Lo cierto es que la fama de los huevos Benedictine comenzó cuando el hotel Waldorf los incluyó en su carta, aunque la coincidencia de su versión con la que alude al Delmonico’s —en cuanto al año 1894 como fecha de nacimiento de la receta— hace pensar en una posible imitación por parte de un restaurante o del otro. Entre los locales que reivindican los huevos Benedictine como una seña de identidad —hasta el punto de haberse tomado la molestia de recopilar y difundir estos detalles sobre su discordante historia— está la cafetería DeCuatro Store, en el madrileño barrio de Chamberí.