En plena vendimia 2016, Mendoza lanza su Estrecho 2014, máximo exponente de una forma de entender la monastrell que marca un antes y un después. En efecto, con la incorporación de ese viñedo, los Mendoza comenzaron a apostar por las viejas vides de la variedad autóctona en la DO Alicante y han acabado consolidando una forma diferente de interpretarla. Algún día, todos los monastrell serán así.
El Estrecho de Pipa, en Villena, es un paraje con la estremecedora belleza del secano más civilizadamente intemporal. Muchos años atrás discurrió por allí una calzada romana y, hace muchísimos más, hasta un río. La corriente de agua dejó, como testimonio de su remotísima existencia, un suelo paradójicamente sediento, donde crecen unas cepas de monastrell con la retorcida sobriedad de una viticultura extrema. Los Mendoza se hicieron cargo de ellas a principios de siglo y les aplicaron una forma de entender el vino que rompía con su etapa anterior, en la que habían sido pioneros de las variedades y los conceptos más “internacionales” en la DO Alicante.
Pepe Mendoza hizo el primer Estrecho en 2003 y le cogió el tranquillo en 2006. Dejó de elaborarlo en 2012 —en el secano puro y duro, la cosecha no se puede salvar del calor despiadado con un riego de emergencia— y en 2013: entonces, fue el pedrisco. Con el de 2014, que sus incondicionales esperan como agua de mayo y sale al mercado el 1 de octubre, refleja una visión distinta de la monastrell que se ha consolidado con la parsimonia de los procesos vitivinícolas. El Estrecho 2014 es un tinto a la francesa, tan potente como amable, hecho para estar en plena forma no antes de 3 o 4 años y seguir desarrollando una venerable madurez durante 15 o 20 más, condenado a que no lo entienda el que no aprecia más monastrell que el de toda la vida igual que no es capaz de reconocerle mérito alguno a un arroz que no sea la paella de su casa.
Tras la del Estrecho, los Mendoza empezaron a hacerse con otras parcelas de monastrell en el entorno de El Chaconero, su finca de Villena. En los últimos 10 años, han pasado de 85 a 105 hectáreas a base de viejos viñedos de monastrell plantados en vaso. Y, sin embargo, su producción se mantiene igual, en torno a las 350 o 400 mil botellas anuales. Un château francés de características similares hace más o menos lo mismo con un tercio de viñedo. La última adquisición es La Tremenda, una viña que ya gestionaban, turbadora por lo pedregoso del suelo y la austeridad de las cepas. Con los racimitos sueltos y de uvas concentradas que da la parte alta de la planta elaboran Las Quebradas, su otro monastrell premium. Los racimos más orondos de abajo se destinan a otros vinos de Enrique Mendoza: el monastrell-cabernet, por ejemplo. Con los de en medio hacen La Tremenda, una segunda marca con una magnífica relación calidad-precio.
Hace unos días acabaron de vendimiar la chardonnay y enseguida se pusieron con la pinot noir. Luego les toca a la cabernet sauvignon, la merlot y la syrah que siguen haciendo del Santa Rosa uno de los grandes. La monastrell, máximo exponente de una forma de entender el vino que se basa en una simbiosis íntima entre el hombre y la vid, espera…